Que bien estaría que la vida tuviese Photoshop para retocar las imperfecciones, volver atrás en el historial y crear un mundo ideal.
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Colegas del twitter
El pasado 22 de octubre cumplí un año en twitter. Y puedo decir que es una de las cosas de las que me siento más feliz de haber hecho.
En este año no sólo he conocido a mucha gente. Conocer gente se queda corto. Como decía hace unos días @nahumgarcia: Llega un momento que uno ya no tiene followers ni followings. Tiene “colegas del Twitter”. Y no se me ocurre mejor forma de expresarlo. Twitter no es Facebook. En twitter hay alegría y tristeza, buen rollo y desesperación. Creo que sólo conozco personalmente a cinco o seis personas de las que sigo y me siguen en twitter. No hace falta más. El grado de confianza e intimidad que se puede lograr con una par de mensajes aun sigue llamando mi atención. Podría escribir un post de cada una de las cien personas con las que suelo hablar. Logicamente, no tendría nada que ver con la realidad. Mi impresión de los personajes bajo el nick no se correspondería con las personas reales. Por mucho que digan que ellos son así todo el tiempo, no dejamos de ser personajes que vamos contando nuestra cotidianedad como bien nos apetece. Seleccionamos qué decir y qué no decir. Igual que seleccionamos a quién seguir. ¿Quién seré yo para ellos
Obviamente, soy consciente de que no tengo 815 seguidores, aunque tenga 815 followers. Si realmente tuviera a 815 personas pendientes de lo que digo, no estaría aquí, estaría dando conferencias en plan gurú del social media. Me conformo con unos cuantos colegas, que yo sé que están ahí. Lo más curioso es que seguro que ellos no saben lo que representan para mi. Muchos no tienen el placer de saber que son mis amigos y quizás esa falta de presión que sufren, porque hay gente que sufre la amistad como una carga, les da un plus de naturalidad.
No se me caen los anillos si digo que estoy más orgulloso de muchos de estos amigos del twitter que de muchos de los amigos del mundo real. Durante este año me han dado muchas alegrías. Y sólo puedo daros las gracias.
La Ley de Murphy
La Ley de Murphy dice:
«Si algo puede salir mal, saldrá mal.»
Y precisamente eso es lo que ha pasado. Muy chungo.
Ayer me llegó la carta del INSS diciéndome que desestiman mi reclamación para obtener una invalidez porque no hay empeoramiento. El caso es que es cierto, no estoy peor, simplemente tengo una enfermedad CRÓNICA. Podría estar peor: se me podría caer la baba, me podría hacer pipí encima y esas cosas. Pero no, “simplemente” tengo mermadas mis capacidades físicas, tengo que seguir un tratamiento periódico, nada que no haya contado ya. El problema surge en que el siguiente paso es interponer una demanda ante el Juzgado de lo Social. Esto significará varios meses de litigio donde tengo que demostrar que tengo una tara que impide llevar una vida “normal”. Durante este tiempo no tendré ingresos económicos. Me podría poner a buscar trabajo pero, ¿qué empresa me contratará sabiendo que tengo una discapacidad evidente pero no reconocida?. Si al menos la empresa contratante se beneficiase en algo…
Así que nos encontramos con esta situación: yo sin ningún tipo de prestación y con pocas opciones para buscar trabajo, Belén recién en el paro y sin posibilidad de pedir desempleo al haber sido autónoma, una hipoteca que pagar y una familia a la que alimentar. Si a este hecho unimos nuestra evidente soledad en Madrid no queda otra opción que poner pies en polvorosa. Ya que no hay casi nada que nos ate a Madrid hemos decidido irnos a Málaga a vivir. Ya hemos puesto el piso a la venta y en alquiler. Allí por lo menos contamos con la familia que nos eche una mano y el nivel de vida es más asequible.
No sé qué será de nosotros, a qué nos dedicaremos o cómo saldremos de ésta. Hoy no estoy inspirado.
Prueba no superada
Cada vez me hace más gracia la diferencia entre lo que percibe mi
entorno acerca de mi enfermedad y cómo me lo tomo. Me explico.
Probablemente haya escrito más que hablado de lo mío. Es curioso que
el hecho de que yo apenas hable de mi enfermedad e intente hacer vida
normal hace suponer a muchos que yo lo tengo superado. Desde aquí
informo, yo no he superado nada porque no hay nada que superar.
Os cuento mi realidad. Tengo una enfermedad crónica, lo que quiere
decir que, como mínimo, estará ahí durante mucho tiempo. A su vez,
esta enfermedad y sus derivados conlleva que tenga que tomar del orden
de unas diez pastillas al día (inmunosupresores, antivirales,
antidepresivos, protectores de estómago, tranquilizantes, hormonas y
corticoides). Después están los chutes de inmunoglobulinas a demanda,
cuando noto pérdida de fuerzas y hormigueo, sobre todo en las piernas.
El hecho de tener el sistema inmunológico hecho un asco también tiene un par de
problemillas: un simple resfriado o una indisposición estomacal me
deja hecho una piltrafa. Esto a nivel médico.
Desde el punto de vista social los inconvenientes son variados: una
salida de metro sin ascensor es una odisea, un paseito de quince
minutos son unas agujetas aseguradas para el día siguiente, la
debilidad muscular provoca frecuentes contracturas y sus consiguientes
dolores de espalda, la impotencia de no encontrar un asiento en el
metro o en la calle a pesar de ir con bastón, tener que usar una silla
de ruedas el día que quiero hacer un extra o un viaje. Podría seguir,
pero creo que pilláis la idea.
Laboralmente es una situación rara: el INSS opina que estoy apto para
trabajar normalmente, cosa totalmente incierta. Sigo colaborando para
Internetría en el tema de las redes sociales, pero claro hasta que no
se regularice mi situación medico-laboral no se concretará nada.
También he empezado a colaborar con Cineol escribiendo textos sobre
cine. El limbo sigue ahí y es realmente desesperante tener que estar
esperando por decisiones burocráticas.
Martina se enfadó conmigo el otro día. Por teléfono me preguntó que
cómo estaba, que si “estaba malito”. Yo le dije que no, que estaba
bueno. Se puso tan contenta que se fue gritando a la abuela diciéndole
“Papá ya está bueno”. Dos semanas después, en la playa, me vio andando
con dificultad y me preguntó “¿te duelen las piernas?”. Cuando le
dije que si me contestó disgustada “pero si tú me habías dicho que ya
estabas bueno”. ¿Qué quiero decir con esta historieta? Varias cosas.
La naturalidad de los niños es innegable. Y los mayores hemos perdido
esa naturalidad. Martina nunca va a mirar para otro lado, nunca va a
tratarme como un desvalido pero tampoco va a olvidar que estoy
enfermo. Es una rara mezcla entre no sentir pena pero ser consciente
en todo momento de la situación que vive su padre.
Probablemente, no hayas llegado a este párrafo, y te has quedado a la
mitad pensando que soy un quejica. Probablemente, a pesar de
considerarte mi amigo en el Mundo Real, hayas dejado de leerme hace
tiempo y prefieras lecturas o ocupaciones más mundanas. O,
probablemente, nunca hayas leído este blog, a pesar de conocer su
existencia. Reconozco que todo esto puede sonar a reproche y, si, un
poco de eso hay.
En el fondo, donde quiero llegar es que sepáis cómo me siento yo. Que
no presupongáis nada. Ya lo dije en el post Primer aniversario y lo
mantengo: el cansancio, la desidia y la incomprensión en mi entorno es
más que evidente. Y no les culpo. Pero imaginaros lo que es vivir
conmigo. Afortunadamente, las dos personas más cercanas a mi siguen
estando ahí todos los días. Y aunque, el agotamiento por la situación
hace mella, Belén sigue a mi lado como el primer día. Como decía al
principio, no hay nada que superar. Esto es insuperable, como mucho se
aprende a convivir. Eso si, soy el Mayor del Hospital de La Paz en
Foursquare, a ver quien supera eso.
La gran mentira
El cine, y las artes en general, se erigen en la mayoría de los momentos como reflejos distorsionados de nuestro propio universo. Así pueden representar lo mejor y lo peor de nosotros mismos, y, en muchos casos, idealizar conceptos que aplicados a la realidad se revelan como grandes mentiras.
Mucha culpa tiene el cine del concepto que tenemos del amor, el sufrimiento o la culpa. Vemos a personajes que lo harían todo por estar juntos, personajes desencajados por haber hecho algo mal, sufriendo el peso de la culpa en todo momento y buscando su momento de expiación al más puro estilo Paul Schrader/Martin Scorsese. Todo mentira. La realidad es más prosaica. El sufrimiento lo intentamos solucionar con una pastillita, la culpa con el autoconvencimiento de nuestra propia verdad (no viene mal rodearse de unos borreguillos que te den la razón) y en el amor, muchos votan por la inercia como motor.
La amistad sea, quizás, el elemento que más juego da en la ficción de cara a idealizar un mundo que no es el nuestro. Porque vivimos en una realidad de seres egoístas a los que se les llena la boca de grandes palabras, sobre todo con dos copas, y no somos más que unos miedosos. Al final va a resultar que Alfonso Guerra llevaba razón con su “el que se mueva no sale en la foto”. Al final nos puede el miedo a no salir en la foto. Y nos quedamos en nuestro sitio sin rechistar no sea que nosotros seamos los próximos en ser recortados.
Y la amistad a un lado que “business is business”.
Y tiene cojones que se me venga a la mente esta escena de Jerry Maguire:
Los Geniuses
Sé que parece una tontería, pero una de las cosas que quería hacer en mi visita a las islas británicas era ir a una Apple Store. Pues ya he ido a dos.
Primero fuimos a la de Londres en Regent’s Street, que está enfrente de un Zara. El caso es que poco hicimos allí. Echar un ojo, usar el Wi-fi y poco más. Pero una cosa me llamó la atención: la Genius Bar: un mostrador donde, previa cita, te revisan de forma completamente gratuita cualquier problema que tengas con tu producto Apple. Y hete aquí que llevaba unas semanas teniendo problemas con la batería del portatil que se me desconectaba cada dos por tres y me duraba ya un suspiro. Pero claro, ni llevaba yo el portatil encima, ni había hueco para ese día. Lo dejé pasar.
Cuando llegamos a Birmingham, sale en la conversación, no se cómo, que allí también hay una Apple Store. Me faltó tiempo para conectarme y mirar. El proceso de pedir cita fue de una facilidad sorprendente. En cuatro pasos, y con tu ID de Apple, ya tenía cita para que le echaran hoy un ojo al MBP. Las 13:20 era la hora y finalmente me atendieron a las 13:30, pero antes ya me habían preguntado a qué venía para hacerme una primera orientación. Cuando me atendió el Genius todo fueron comodidades: amabilísimo el señor hipertatuado conectó un ipod nano al portatil e hizo un chequeo de la batería. Me dijo que estaba muerta, con más 470 ciclos de carga y que tenía que comprar una nueva. No tenían es stock pero tienen mi mail y me avisarán si mañana tienen una. Lo mejor de todo es que la batería me cuesta 75 Libras, 14 Libras menos que en la web y 76 € menos de lo que me costaría comprarla en España. Obviamente he flipado con la diferencia de precio y no he tardado nada en decirle que me la prepare que mañana voy a recogerla.
Hace poco comentaba con merylspider que no solía celebrar los aniversarios de pareja. No por nada en concreto. Tal vez es que Belén y yo somos así de sosos. De hecho, le decía que nunca recordábamos bien cual fue la fecha de inicio de nuestra “primera vez”. Creemos recordar que fue por el puente de Mayo, pero no logramos poner en pie el día en concreto. Lo que si recuerdo bien son todas las circunstancias que rodearon a tan magno evento. Y mira por donde que acaban de hacer diez años.
Diez años marcados por dos separaciones por motivos laborales, una boda, dos vacaciones en coche a nivel europeo, tres mudanzas, una hipoteca, una niña y una enfermedad (o varias). Y me pongo a pensar y creo que las cosas, al menos por nuestra parte, no podrían haber salido mejor. No puedo pensar en mejor persona con la que compartir diez años. Y quiero compartir decenas más. Aunque vengan malos momentos, sé que la mayoría vendrán de fuera, de esas circunstancias que uno no controla. No se me ocurre mayor complicidad, respeto y admiración. La complicidad que se tiene con alguien con quien compartes gustos, aficiones y momentos de ocio. Complicidad que hace que no necesitemos estar todo el tiempo verbalizando. Que el simple apoyar la cabeza en el hombro sea más que suficiente. El respeto por la libertad mutua. Ese respeto que da la confianza. Y, sobre todo, la admiración. Ver cómo la persona que está a tu lado crece y crece. Y se hace mejor persona, mejor profesional, mejor amiga, mejor en todo. Y que no sepas dónde está el límite te hace sentir pleno, porque la curiosidad de saber donde llegará te puede. O no hace falta que lleguemos a ningún sitio y lo bonito es el camino. Un camino que llevamos compartiendo diez años, que nos deparará muchas alegrías.
Estoy seguro.


