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Ojala mis sueños se hicieran realidad

Doraemon representa el cumplimiento de nuestros sueños. La posibilidad de que todo lo que imaginemos, por imposible que parezca, se haga realidad. No importa cuantos sueños tengamos Doraemon siempre podrá hacer que éstos se hagan realidad. El problema es que Nobita es medio tonto y no sabe aprovechar las posibilidades de tener un gato cósmico en tu casa. En el fondo, Nobita es el palurdo que todos somos en algún momento. Incapaz de saber ver más allá de sus gafotas, Nobita no sacará todo el partido que podría a las posibilidades que ofrece Doraemon. Nobita no deja de ser un mediocre con corazón. Si Suneo no fuese tan rastrero sería el amo del mundo porque es más listo que Nobita. Pero le puede ser un chungo que sólo piensa en su beneficio de forma despreciable. En ese sentido, Nobita es más desprendido, humilde y generoso y por eso nos cae mejor. Tiene sus momentos de egoísmo pero siempre aprende. Y tiene a Shizuka como objetivo. Ella es la perfección hecha niña: bella, simpática, sensible, todo lo que un niño como Nobita podría soñar.

Sigamos soñado.

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Empezando por todo lo alto

¿Cómo intentar hacer un recuento positivo cuando te encuentras rodeado de enfermedad?

Tengo pendiente el post con lo mejor del 2010 pero es que 2011 no podría haber empezado peor. Tres familiares ingresados en el hospital no es la mejor forma de dar la bienvenida al año. Mi suegra ingresada por problemas con el hígado, el hijo de una prima de Belén, un niño de apenas 10 años, con leucemia y mi tío Dimas con operado de una peritonitis que parece que se ha complicado. Todo esto en menos de una semana.

Hemos empezado el año por todo lo alto.

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general

Prueba no superada

Cada vez me hace más gracia la diferencia entre lo que percibe mi
entorno acerca de mi enfermedad y cómo me lo tomo. Me explico.
Probablemente haya escrito más que hablado de lo mío. Es curioso que
el hecho de que yo apenas hable de mi enfermedad e intente hacer vida
normal hace suponer a muchos que yo lo tengo superado. Desde aquí
informo, yo no he superado nada porque no hay nada que superar.

Os cuento mi realidad. Tengo una enfermedad crónica, lo que quiere
decir que, como mínimo, estará ahí durante mucho tiempo. A su vez,
esta enfermedad y sus derivados conlleva que tenga que tomar del orden
de unas diez pastillas al día (inmunosupresores, antivirales,
antidepresivos, protectores de estómago, tranquilizantes, hormonas y
corticoides). Después están los chutes de inmunoglobulinas a demanda,
cuando noto pérdida de fuerzas y hormigueo, sobre todo en las piernas.
El hecho de tener el sistema inmunológico hecho un asco también tiene un par de
problemillas: un simple resfriado o una indisposición estomacal me
deja hecho una piltrafa. Esto a nivel médico.

Desde el punto de vista social los inconvenientes son variados: una
salida de metro sin ascensor es una odisea, un paseito de quince
minutos son unas agujetas aseguradas para el día siguiente, la
debilidad muscular provoca frecuentes contracturas y sus consiguientes
dolores de espalda, la impotencia de no encontrar un asiento en el
metro o en la calle a pesar de ir con bastón, tener que usar una silla
de ruedas el día que quiero hacer un extra o un viaje. Podría seguir,
pero creo que pilláis la idea.

Laboralmente es una situación rara: el INSS opina que estoy apto para
trabajar normalmente, cosa totalmente incierta. Sigo colaborando para
Internetría en el tema de las redes sociales, pero claro hasta que no
se regularice mi situación medico-laboral no se concretará nada.
También he empezado a colaborar con Cineol escribiendo textos sobre
cine. El limbo sigue ahí y es realmente desesperante tener que estar
esperando por decisiones burocráticas.

Martina se enfadó conmigo el otro día. Por teléfono me preguntó que
cómo estaba, que si “estaba malito”. Yo le dije que no, que estaba
bueno. Se puso tan contenta que se fue gritando a la abuela diciéndole
“Papá ya está bueno”. Dos semanas después, en la playa, me vio andando
con dificultad y me preguntó “¿te duelen las piernas?”. Cuando le
dije que si me contestó disgustada “pero si tú me habías dicho que ya
estabas bueno”. ¿Qué quiero decir con esta historieta? Varias cosas.
La naturalidad de los niños es innegable. Y los mayores hemos perdido
esa naturalidad. Martina nunca va a mirar para otro lado, nunca va a
tratarme como un desvalido pero tampoco va a olvidar que estoy
enfermo. Es una rara mezcla entre no sentir pena pero ser consciente
en todo momento de la situación que vive su padre.

Probablemente, no hayas llegado a este párrafo, y te has quedado a la
mitad pensando que soy un quejica. Probablemente, a pesar de
considerarte mi amigo en el Mundo Real, hayas dejado de leerme hace
tiempo y prefieras lecturas o ocupaciones más mundanas. O,
probablemente, nunca hayas leído este blog, a pesar de conocer su
existencia. Reconozco que todo esto puede sonar a reproche y, si, un
poco de eso hay.

En el fondo, donde quiero llegar es que sepáis cómo me siento yo. Que
no presupongáis nada. Ya lo dije en el post Primer aniversario y lo
mantengo: el cansancio, la desidia y la incomprensión en mi entorno es
más que evidente. Y no les culpo. Pero imaginaros lo que es vivir
conmigo. Afortunadamente, las dos personas más cercanas a mi siguen
estando ahí todos los días. Y aunque, el agotamiento por la situación
hace mella, Belén sigue a mi lado como el primer día. Como decía al
principio, no hay nada que superar. Esto es insuperable, como mucho se
aprende a convivir. Eso si, soy el Mayor del Hospital de La Paz en
Foursquare, a ver quien supera eso.

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polineuropatía

15 de enero

Tras la punción lumbar la siguiente prueba era el electromiograma. Pero habría que esperar porque el Día de Reyes se metía en medio. Nos dijeron que los Reyes no vendrían a vernos porque sólo iban a la planta de los niños. Pero nos pusieron un mini rosco de reyes para desayunar que era el mayor insulto a la bollería desde el Tigretón y La Pantera Rosa. Menos mal que mi padre, tan atento siempre, me había traído un rosco del Opencor, que como es del Corte Inglés, pues era de una calidad suprema.

El día 6 me trajeron a Martina para que me despidiese y le diese un regalo que me habían dejado los Reyes para ella. Mis padres se la llevaban para Madrid y yo me quedaba en el Carlos Haya. Todo este tema estaba suponiendo un descontrol para ella: Belén todo el día para arriba y para abajo, ir a ver a papá al hospital y verlo en silla de ruedas, los cuatro abuelos dando vueltas por la casa… De todos modos, los Reyes no me dejaron sin nada y me trajeron los DVDs de WALL-E y Reservoir Dogs (que venía en una caja metálica con una camiseta).

Ya, por fin, llegó el día del electromiograma. La prueba tiene dos partes: en la primera parte, te van dando unas agradables descargas eléctricas en las extremidades para medir la conductividad del nervio, así durante 20 minutos; en la segunda parte, tras una pausa, te clavan unas agujas en los músculos para ver que tal están. Y diréis, pues como la acupuntura. Sí, como la acupuntura, pero después la doctora empieza a darle vueltas a la aguja, como rebuscando algo en el musculo y tú te sientes como Jack Bauer en sus mejores momentos. Y te acuerdas de Kiefer Shutherland, los guionistas de 24 y la madre que los parió.

Era el último día de inmunoglobulina y aun quedaba una prueba: la resonancia cervical. La máquina del hospital estaba estropeada así que nos tuvieron que llevar a un centro privado, a mí y a tres más de la planta de neurología. Nos sacaron a las seis de la tarde en una desagradable tarde de lluvia malagueña. Al final con tanto traqueteo, cogí frío y pasé la peor noche de hospitalización de todas. Directamente me dolía todo. Le dije a la enfermera que me diera algo y me dio un paracetamol y un orfidal. Mientras, mi vecino de habitación veía el episodio final de “Sin tetas no hay paraiso”, aquel en el que moría El Duque. A las dos de la mañana el coctel dejó de hacer efecto y le tuve que pedir a la enfermera otro paracetamol. A las seis me volví a despertar y ya no dormí. Era un dolor generalizado, incómodo, que calaba hasta los huesos, sobre todo en los brazos. Todo esto unido a un proceso que se estaba produciendo llamado enervaciones, que hacía que me despertase con un dolor intenso en los brazos. Básicamente era que los nervios estaban reaccionando y se descargaban alegremente.

Sólo quedaba esperar a los resultados y empezar a tramitar el traslado a Madrid. Dos días después, el 9 de enero, el neurólogo confirmó el diagnóstico de Síndrome de Guillain-Barré. Y, de nuevo, fin de semana. A esperar al lunes para que me confirmen el traslado y venga una ambulancia a recogerme desde Madrid. Lo que yo no esperaba es que, por temas burocráticos, tendría que esperar hasta el miércoles 14 para que me confirmasen mi traslado a La Paz.

El jueves 15 de enero apareció un señor conductor de ambulancia preguntando por mí. Me subió en una camilla y me trajo a Madrid. Donde llegaríamos ya de noche.


(CONTINUARÁ)

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cine lo mejor de la década

La mejores películas de la década: Hedwig and the angry inch (2001)

John Cameron Mitchell era un niño actor que un día creció y, junto a Stephen Trask, ideó la delirante historia de Hedwig, un cantante de Punk-Rock venido del Berlín Este al que una fallida operación de cambio de sexo le deja un trozo de carne entre las piernas, la pulgada rabiosa. Contado así parecería una película digna del mejor/peor Almodóvar. Pero no, nos encontramos ante un relato universal que aúna una humildad y, a la vez, ambición enormes. Porque “Hedwig and the angry inch” nos cuenta el Origen del Amor y de cómo nos convertimos en criaturas solitarias. Así de simple.

hedwig_and_the_angry_inch

“Para ser libre uno tiene que abandonar una parte de sí mismo” dice la madre de Hansel/Hedwig. En su busca del cariño, Hedwig pierde sus genitales, pero no pierde sus ganas de amar y ser amado. Y está preparado para aceptar cualquier sacrificio que sea necesario para conseguir su sueño. Por el camino, experimentará el abandono, la indigencia, la humillación y el rechazo. Esto le convertirá en un ser amargado y resentido al que todos acabarán dando de lado. Pero Hedwig no se da cuenta que es él el que provoca la huida de los que tiene alrededor. En su viaje redentor, aprenderá que el Amor puede ser complementariedad, conocimiento, creación pero también desprecio, heridas y cicatrices. Son esas cicatrices las que nos forman como personas, nos hacen ser nosotros mismos; porque las cicatrices (tanto las físicas como las del alma) son nuestra historia, los accidentes que hemos cometido, los golpes que nos han dado.

john cameron mitchell

Todo esto que podría parecer muy triste está narrado por John Cameron Mitchell, en su doble faceta de actor-director, con una vitalidad y optimismo contundentes. A esto ayudan las hermosas canciones compuestas por, que en su mezcla de opera, rock, punk y glam, acaba trascendiendo el género musical. Se suceden los homenajes a Bowie, Lou Reed, Iggy Pop y las grandes estrellas del rock’n’roll, del rock de verdad. El rock que sale de las entrañas. Pero también están  Aretha, Yoko, Nico, Tina, y las grandes damas del rock’n’roll. Porque el rock no entiende de sexos, sólo entiende de pasión. Como la pasión de Hedwig, que lo pierde todo, pero no se hunde, porque sabe que siempre tendrá su voz con la que gritarle al mundo que todos estamos desorientados. Que todos buscamos esa parte que nos fue cortada de tajo, y que no estaremos completos hasta encontrar lo que nos falta, ya sea él o ella.


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cine lo mejor de la década

Las mejores películas de la década: Artificial Intelligence: A.I. (2001)

El proyecto soñado de Stanley Kubrick pasado por el tamiz de Steven Spielberg en el año 2001. A pesar de que pudiese sonar a sacrilegio fue el propio Kubrick el que pasó el testigo e ideó el mítico A Stanley Kubrick production of a Steven Spielberg film. El neoyorquino, listo él, siempre pensó que era una película más cercana a la sensibilidad del director de E.T. que a su fría y distanciada visión del ser humano. Y esto es precisamente lo que Spielberg aporta al relato del moderno Pinocho que sólo desea ser amado: calidez.

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Muchos acusaron en su momento a Spielberg de pasarse de ñoño y de pecar de infantilismo; y no les faltaba en parte un poco de razón. Spielberg quitó el freno de mano de la sensibilidad e incluso tuvo las agallas de darle el papel de Pepito Grillo a un osito de peluche (cosa que puso de los nervios a muchos). Reconozco los riesgos que todo esto conlleva, pero esta es la típica película en la que o entras desde el primer minuto o estás fuera de ella todo el tiempo y maldiciendo al cursi del Spielberg. Y yo tengo que confesar que entré hasta el fondo y acabé llorando con la odisea del niño David en su búsqueda del amor de su madre.

Siguiendo el esquema clásico de Kubrick de tres actos bien diferenciados y en su primer guión desde “Encuentros en la tercera fase”, Spielberg nos da muestras de lo mejor de si mismo y nos descubre nuevas caras que no conocíamos: sensible y tierno en la primera parte, donde un inmenso Haley Joel Osment se revela como el gran actor que es; cruel y cínico en la segunda parte; experimental y abstracto en una tercera parte final. No era fácil conjugar tantos matices, tantos estilos, tantas atmósferas y, al mismo tiempo, resultar coherente, pero la coctelera funciona a las mil maravillas.

artificial_intelligence

Con Artificial Intelligence: A.I., Spielberg da un segundo paso (tras Salvar al soldado Ryan) hacia un periodo oscuro de su carrera donde su mirada se recrudecería. “Minority Report”, “Atrápame si puedes“, “La terminal”, “Munich” e, incluso, “La guerra de los mundos” dan buenas muestras de ello: el retrato social desde una perspectiva futura, la mentira como supervivencia, la burocracia moderna mezclando a Capra con Kafka, la visión política de la actualidad desde la mirada al pasado, la descomposición de la familia a través de una invasión alienígena. Eso si, nunca sabremos, afortunada o desgraciadamente, que hubiese opinado el huraño Kubrick de lo que Spielberg hizo. Hay fans de Kubrick que pusieron el grito en el cielo, otros bendijeron la obra. Ninguno es medium.

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cine lo mejor de la década

Las mejores películas de la década: Requiem for a dream (2000)

Un mazazo para comenzar la década. Un bello amanecer da comienzo a la película y las primeras notas del Requiem compuesto por Clint Mansell nos avisan de la intensidad que está por venir. La lucha entre lo bello y lo monstruoso se erige en el tema de la película, más allá de las adicciones, la familia y el amor. Darren Aranofsky, cual Goya del siglo XXI, nos muestra la oscuridad y crueldad del ser humano en su mayor negrura. El montaje sincopado, la pantalla partida y los encuadres imposibles podrían haber condenado a Requiem por un sueño al limbo de las moderneces temporales, pero el tiempo la pone en su sitio. Vista hoy día las múltiples soluciones visuales y narrativas de Aranofsky se mantienen vigentes, no caducan. Y es que el virtuosismo está al servicio de lo que se nos cuenta: la madre triste y solitaria que sólo quiere un abrazo de su hijo, el hijo que es capaz de cualquier cosa para demostrarle a su novia que no es un simple yonqui, la novia que quiere demostrar a sus ricos padres que es capaz de sobrevivir sin su ayuda, el amigo que no tiene nada que perder, ni nada que ganar.

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La ilusión por un mundo mejor. La vida sin tristeza. La tristeza de la vida. Los motores de la existencia. La historia de un abrazo entre una madre un hijo. El sacrificio por amor. El sueño de un futuro mejor. Todo esto sin escatimarnos ni lo más duro ni lo más tierno. Aranofsky maneja todas estas variables, con la ayuda del novelista Hubert Selby Jr., con una soltura y desparpajo impropios de un jovencito en su segunda película (el novelista contaba con 70 años, el director 30). Le da a Ellen Burstyn el personaje de su vida en esa madre tan irritante como dulce. Jared Leto incorpora su vidriosa mirada superando su status de niño guapo. Y nos entrega a una inmensa Jennifer Connelly que culmina su triple salto mortal a la madurez desde Sergio Leone pasando por David Bowie.

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Por último, Aranofsky encontró en Clint Mansell a su mejor aliado para expresar musicalmente el desasosiego imperante en Requiem por un sueño. Desde el primer momento que oímos las notas del Kronos Quartet nos hierve la sangre en las venas, se nos eriza el vello, sabemos que estamos ante algo épico a la vez que íntimo, lo clásico y lo moderno fundidos en un todo. Una de las bandas sonoras de la década y un tema que ya ha pasado a la historia de la música por derecho propio.