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familia general

Diez años

Hace poco comentaba con merylspider que no solía celebrar los aniversarios de pareja. No por nada en concreto. Tal vez es que Belén y yo somos así de sosos. De hecho, le decía que nunca recordábamos bien cual fue la fecha de inicio de nuestra “primera vez”. Creemos recordar que fue por el puente de Mayo, pero no logramos poner en pie el día en concreto. Lo que si recuerdo bien son todas las circunstancias que rodearon a tan magno evento. Y mira por donde que acaban de hacer diez años.

Diez años marcados por dos separaciones por motivos laborales, una boda, dos vacaciones en coche a nivel europeo, tres mudanzas, una hipoteca, una niña y una enfermedad (o varias). Y me pongo a pensar y creo que las cosas, al menos por nuestra parte, no podrían haber salido mejor. No puedo pensar en mejor persona con la que compartir diez años. Y quiero compartir decenas más. Aunque vengan malos momentos, sé que la mayoría vendrán de fuera, de esas circunstancias que uno no controla. No se me ocurre mayor complicidad, respeto y admiración. La complicidad que se tiene con alguien con quien compartes gustos, aficiones y momentos de ocio. Complicidad que hace que no necesitemos estar todo el tiempo verbalizando. Que el simple apoyar la cabeza en el hombro sea más que suficiente. El respeto por la libertad mutua. Ese respeto que da la confianza. Y, sobre todo, la admiración. Ver cómo la persona que está a tu lado crece y crece. Y se hace mejor persona, mejor profesional, mejor amiga, mejor en todo. Y que no sepas dónde está el límite te hace sentir pleno, porque la curiosidad de saber donde llegará te puede. O no hace falta que lleguemos a ningún sitio y lo bonito es el camino. Un camino que llevamos compartiendo diez años, que nos deparará muchas alegrías.

Estoy seguro.

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cine

The hangover (2009)

Aunque tenía interés en verla desde que vi el primer trailer, tengo que reconocer que no fue hasta que le dieron el Globo de Oro a la mejor comedia que me decidí a ver The hangover (¿por qué no se titula en español “La resaca”?). Y es de estas cosas de las que te arrepientes por no haberla disfrutado antes.


“The hangover” trata básicamente de eso, de una resaca, y para que queremos más. Podría parecer que películas como esta ya se han hecho, y es verdad que es así. Pero hay dos elementos que sobresalen especialmente en esta narración retrospectiva de una borrachera. En primer lugar, destaca la pericia narrativa para contar esta resaca sin el uso de flashback. Es lo que un vago guionista hubiese hecho, pero aquí no. Con un escrupuloso uso del punto de vista de los personajes vamos descubriendo qué ha pasado a la vez que ellos, y esto le da una frescura impresionante. En segundo lugar, destaca el ritmo de la película. Y es que, en el fondo, el secreto de una buena comedia es el ritmo. Que no es contar las cosas atropelladamente, sino de forma armónica. En “The hangover” los sucesos ocurren a una velocidad endiablada, pero nunca perdemos la perspectiva de lo que se nos está contando. Por último, el carisma de los actores. No puedes despegar los ojos del guapísimo Bradley Cooper, el sinvergüenza padre de familia. El tierno patetismo de Ed Helms y su diente roto nos cautiva desde el principio. Pero el rey de la fiesta es Zach Galifanakis; este hombre a una barba pegada coge su personaje bombón y lo eleva a categoría de mítico. El pozo de sorpresas es constante: no sabemos si es un enfermo, un retardado, o ambas cosas al mismo tiempo.


Pero lo que eleva aun más la categoría de “The hangover”, de película simplemente graciosa, a película importante es su reflexión sobre la madurez sin ningún atisbo de moralina. Los protagonistas son unos treintañeros que se comportan como adolescentes, pero en ningún momento se condena su comportamiento. Es la generación de los treintaytantos, a la que se nos exige que nos comportemos como adultos responsables. Pero una cosa no quita la otra. El hecho de que nos comprometamos, que seamos padres de familia, no tiene por qué impedir que nos lo pasemos bien, que nos emborrachemos, que desfasemos. Siempre nos quedará la opción de ver las fotos y después borrarlas.

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polineuropatía

3 de enero

La noche del 2 al 3 de enero de 2009 fue larga. El neurólogo no me vio hasta las once y media de la noche y, tras una exploración de un cuarto de hora, su diagnóstico fue claro: Síndrome de Guillain-Barré; hospitalización, cinco días de tratamiento y unas cuantas pruebas más. Estas cosas te superan un poco y no sabes como reaccionar. Está claro que si vas al médico es porque tienes algo malo, pero nunca esperas que te vayas a quedar a dormir en el hospital, a no ser que vayas con algo muy grave. Y yo no estaba muy grave, o al menos mis estado no era lo que comúnmente entendemos por gravedad.

Después de que el neurólogo me dijese que me tenían que ingresar tuve que esperar a que me asignasen cama. Otra odisea. Me dio tiempo a montar bronca, poner a parir a las enfermeras y a la madre que las parió. Tampoco es que ellas tuviesen culpa pero es que mi cansancio y estado físico en ese momento ya no era como para estar muy tranquilo. Así, a las 5 de la mañana me metieron en una habitación donde había otros dos enfermos durmiendo plácidamente, aunque en un hospital nunca se duerme plácidamente. Obviamente se despertaron los pobres, porque intentar meter una cama en un espacio donde, en teoría, sólo debe haber dos camas es un proceso complejo.

Ya por la mañana empezaron a ponerme el tratamiento con inmunoglobulina y corticoides, que duraría cinco días. Como era sábado no me harían ninguna prueba más hasta el lunes. Lo primero que se me quitó fue el dolor de cervicales, pero la debilidad de piernas y manos continuaba. Básicamente, apenas podía abrir la mano derecha, tenía muy poca fuerza en los brazos, me dolían mucho los gemelos y, en general, las piernas las tenía muy cansadas. Como era sábado, las visitas se sucedieron: mis padres vinieron de Sevilla, Richard vino de Madrid y, poco a poco, Belén fue llamando a todo el mundo para dar la noticia.

Una de las peores partes de estar hospitalizado son los fines de semana. Todo se para, no te hacen pruebas y los médicos, si pasan, lo hacen aprisa y corriendo. Por eso, hasta el lunes no me hicieron la punción lumbar. Mucha gente me había dicho que lo de la punción era un proceso muy doloroso. Afortunadamente, no soy muy miedoso para las intervenciones médicas, así que afronté la prueba con tranquilidad. Es verdad que no es agradable que te claven una aguja de 20 centímetros en las espalda con la intención de sacarte una gotita de líquido espinal, pero tampoco fue para tanto. Lo peor fueron las cuatro horas que tienes que quedar inmovil porque parece que te ha pasado una apisonadora por la espalda.

Como decía antes, en el hospital no se duerme bien. Me costaba mucho dormirme y me despertaba a las seis de la mañana. Aproveché para ver muchas cosas que tenía atrasadas: Una temporada y media de Saturday Night Live, “Tell me you love me” al completo, la sexta temporada de “Curb your enthusiasm”. Eso en apenas cuatro días. Sólo quedaba esperar a los resultados de la punción y a seguir con más pruebas.

(CONTINUARÁ)

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polineuropatía

Hace tiempo

Hace tiempo que no cuento cómo estoy. Pues estoy más o menos. Podría decir que me encuentro en un momento transitorio, de camino a algo mejor.

La neuropatía está estabilizada. Sigo con los ciclos de inmunoglobulina cada cuatro semanas que me sirven como una especie de combustible. Noto cuando se va acercando el día 28 y me empiezan a flojear un poco las piernas, después el chute de 7 horas de inmunoglobulina, un par de días de cansancio, una semana de manos temblorosas y a esperar a que pasen tres semanas. En cuanto a la fatiga muscular la cosa también está estabilizada. Hago mis ejercicios todas las mañanas y algún que otro día salgo y camino un poco. Los días que me excedo los noto: fuimos a Navacerrada para que Martina viese la nieve y al día siguiente tenía unas agujetas del copón. Pero es lo que hay. Hacer esos esfuerzos me vienen bien para el ánimo aunque después pase un par de días quejumbroso.

Vamos a pasar tres semanas fuera y tengo cosillas que hacer. Terminar de poner en claro algunos asuntos, ver a la familia, a los amigos, vamos lo típico de estas fechas. Sé que me espera un inicio de año complicado y lleno de cambios: nuevos horizontes laborales después de un año de baja, el tribunal médico y seguir escribiendo. Sobre todo seguir escribiendo.

Por último, para ayudar a los que me quieran mucho, he preparado una lista de regalos que podéis hacerme en cualquier momento: Navidad, Reyes, Cumpleaños, Por gusto… La dejo aquí y la iré actualizando durante toda mi vida.

Feliz Navidad a todos.


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cine

Avatar (2009)

No voy a extenderme demasiado en lo obvio. Que Avatar es visualmente espectacular es innegable. Que James Cameron consigue una experiencia inmersiva con el uso del 3D no creo que nadie lo ponga en duda. Y mucha gente saldrá de la sala diciendo “Si, si, muy bonita pero es que la historia está muy manida”. Pues lo siento chicos, aunque puedo reconocer que estructuralmente la historia es simple, sus evocaciones no lo son y son mucho más complejas y actuales de lo que pueden parecer en un principio.

La wikipedia dice: “Vladímir Yákovlevich Propp, fue un erudito ruso dedicado al análisis de los componentes básicos de los cuentos populares rusos para identificar sus elementos narrativos irreducibles más simples. Analizó los cuentos populares hasta que encontró una serie de puntos recurrentes que creaban una estructura constante en todas estas narraciones. Es lo que se conoce como “las funciones de Propp”. Lo que Propp venía a decir es que narrativamente todo estaba inventado y que podíamos alterar los diferentes factores de la historia pero que siempre aparecería alguno de ellos. Esto es lo que hace que, en este caso el espectador de una película, entienda rápidamente quien es el héroe, quien su antagonista y todas las acciones que éstos desarrollan. Mirad la lista de las funciones de Propp y a ver cuantas encontráis en Avatar. Todo este rollazo, que espero que agradezcáis, lo suelto para justificar que no me molesta esta mal llamada simpleza narrativa.

El merito que yo le adjudico a Avatar es que, como toda buena ciencia ficción, nos habla del presente con una historia conjugada en futuro. Vamos, que James Cameron hace cine político (como dice el personaje de Michelle Rodriguez “you should see your faces”). ¿James Cameron se ha convertido en Ken Loach?. Pues si, Avatar habla del mundo en el que vivimos hoy: un ejército que invade un lugar porque necesita un combustible que los nativos no aprecian (estupendo McGuffin); la necesidad de un ataque preventivo porque las opciones diplomáticas, y la paciencia de los inversores, se acaban; el escaso aprecio por lo que la naturaleza puede ofrecernos; el intento de controlar una inmensa red que nos tienes conectados a todos o, al no entenderla, intentar destruirla; el desconocimiento que se tiene de el otro, el diferente, el raro, el salvaje, y lo agradecidos que deben estar de que vengamos los listos a enseñarles el camino correcto, o al menos el que nos conviene a nosotros. ¿De verdad no os suena nada de esto?

Y después están todas las constantes del cine de Cameron: la cristalina narrativa en las escenas de acción, las mujeres fuertes y al mismo tiempo sumamente atractivas, el color azul llevado al paroxismo, la lucha entre tecnología y naturaleza. Esto último podría parecer contradictorio, que un director tan preocupado por la tecnología haga de la naturaleza su tema, pero nada más lejos: la naturaleza es espectáculo, evolución, belleza, supervivencia, lucha. Que feas son las calles cuando sales de ver Avatar.

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cine lo mejor de la década

Las mejores películas de la década: Artificial Intelligence: A.I. (2001)

El proyecto soñado de Stanley Kubrick pasado por el tamiz de Steven Spielberg en el año 2001. A pesar de que pudiese sonar a sacrilegio fue el propio Kubrick el que pasó el testigo e ideó el mítico A Stanley Kubrick production of a Steven Spielberg film. El neoyorquino, listo él, siempre pensó que era una película más cercana a la sensibilidad del director de E.T. que a su fría y distanciada visión del ser humano. Y esto es precisamente lo que Spielberg aporta al relato del moderno Pinocho que sólo desea ser amado: calidez.

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Muchos acusaron en su momento a Spielberg de pasarse de ñoño y de pecar de infantilismo; y no les faltaba en parte un poco de razón. Spielberg quitó el freno de mano de la sensibilidad e incluso tuvo las agallas de darle el papel de Pepito Grillo a un osito de peluche (cosa que puso de los nervios a muchos). Reconozco los riesgos que todo esto conlleva, pero esta es la típica película en la que o entras desde el primer minuto o estás fuera de ella todo el tiempo y maldiciendo al cursi del Spielberg. Y yo tengo que confesar que entré hasta el fondo y acabé llorando con la odisea del niño David en su búsqueda del amor de su madre.

Siguiendo el esquema clásico de Kubrick de tres actos bien diferenciados y en su primer guión desde “Encuentros en la tercera fase”, Spielberg nos da muestras de lo mejor de si mismo y nos descubre nuevas caras que no conocíamos: sensible y tierno en la primera parte, donde un inmenso Haley Joel Osment se revela como el gran actor que es; cruel y cínico en la segunda parte; experimental y abstracto en una tercera parte final. No era fácil conjugar tantos matices, tantos estilos, tantas atmósferas y, al mismo tiempo, resultar coherente, pero la coctelera funciona a las mil maravillas.

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Con Artificial Intelligence: A.I., Spielberg da un segundo paso (tras Salvar al soldado Ryan) hacia un periodo oscuro de su carrera donde su mirada se recrudecería. “Minority Report”, “Atrápame si puedes“, “La terminal”, “Munich” e, incluso, “La guerra de los mundos” dan buenas muestras de ello: el retrato social desde una perspectiva futura, la mentira como supervivencia, la burocracia moderna mezclando a Capra con Kafka, la visión política de la actualidad desde la mirada al pasado, la descomposición de la familia a través de una invasión alienígena. Eso si, nunca sabremos, afortunada o desgraciadamente, que hubiese opinado el huraño Kubrick de lo que Spielberg hizo. Hay fans de Kubrick que pusieron el grito en el cielo, otros bendijeron la obra. Ninguno es medium.

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cine lo mejor de la década

Las mejores películas de la década: Donnie Darko (2001)

Mad World (Donnie Darko OST)- Gary Jules

¿Pueden convivir John Hughes y David Lynch en una misma película? ¿Y si por allí pasaba David Cronenberg con Roger Corman? Angustia adolescente, pesadilla laberíntica, nueva carne y desparpajo de serie Z: todo se mezcla en Donnie Darko, quizás de forma muy poco autoconsciente, para mostrarnos uno de los más brillantes debuts de la década.

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Richard Kelly aparecía de la nada con una película que a punto estuvo de convertirse en un estreno directo a DVD y nos deslumbraba con un talento pocas veces visto en un chavalín de 25 años. La odisea de un adolescente Jake Gyllenhaal, en su intento por encontrar su lugar en este loco mundo, propiciaba una visión del mundo adulto nada complaciente; los mayores no son un referente a seguir, ni los profesores, ni los padres, ni los médicos, ni los psicólogos. Todo ello en un envoltorio de ciencia ficción y una atmósfera malsana que provocaba un extraño efecto hipnótico. La cara de perrito malherido del pobre Donnie, su desganado vagar por las calles de Maryland y el peso en los hombros de saber que le mundo se acaba en 28 días, 6 horas, 42 minutos y 12 segundos. E intentar averiguar qué es lo que merece la pena de este mundo, qué es lo que merece la pena ser salvado. Y por qué eres tú el único que sabe a ciencia cierta que el 2 de octubre de 1988 será el último día. ¿Merecería la pena algún sacrificio para evitar el desastre? ¿Pero si el desastre ya se ha producido y tu destino ya está escrito?

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Donnie Darko pasó medianamente desapercibida en su momento y ha sido el tiempo el que la ha puesto en su sitio. Es una pena que el talento de Richard Kelly no se haya visto continuado pero siempre quedará el descubrimiento de los hermanos Gyllenhaal, la fresca inocencia de Jena Malone y el mejor papel del difunto Patrick Swayze. Y una ambientación realizada desde el corazón, con un conocimiento de una época tan compleja como fascinante como fue el final de los años ochenta. Todo un periodo en el límite del buen y el mal gusto estético. Como esta película que salva todos sus saltos mortales con la ingenuidad del primerizo, pero con la confianza que da la juventud y el tenerlo todo por demostrar. Probablemente, Kelly no vuelva a estar cerca de la maestría demostrada con Donnie Darko y ahí está, tal vez, el encanto de esta pequeña Obra Maestra: el no ser consciente de estar filmando un clásico imperecedero.