El asesino coherente

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Dexter es un analista forense del departamento de homicidios de la policía de Miami especializado en sangre: tiene una extraña habilidad para la búsqueda de patrones en las salpicaduras sanguíneas. Esta cualidad viene dada por la experiencia ya que Dexter también es un asesino en serie. Dexter usa sus recursos dentro de la policía para “corregir” los fallos del sistema. Tomarse la justicia por su mano es la coartada perfecta para saciar su insuperable instinto asesino. Pero su coartada no es nada hipócrita, al placer de matar le tiene que acompañar su particular sentido de la justicia. Por ello es metódico, nada impulsivo y siempre consciente de sí mismo. Sabe lo que es y no necesita justificaciones morales para hacer lo que hace. Sólo mata a “malos” y se siente fatal cuando se equivoca, porque los monstruos también pueden ser humanos.

En sus cuatro temporadas hemos visto a Dexter mantener una constante lucha contra si mismo: un impecable esfuerzo por ser coherente, aceptar su propio ser y ser siempre fiel a su código moral. En todo este proceso también se sitúa una de sus mayores luchas: mantener la apariencia de normalidad. Como todo tarado emocional que se precie de serlo no sabe ser “normal”. Dexter no entiende a la sociedad que le pide que sea como ellos, pero él se esfuerza dentro de lo que cabe. A pesar de haber visto la cara del mal, mantiene un barniz de inocencia ante el mundo que le rodea. Y ahí radica parte de su encanto.

Dexter ya forma parte de la historia de la televisión. Pertenece a ese particular subgénero de series-personaje junto a Gregory House, Jack Bauer, Nancy Botwin, Don Draper, Hank Moody: ejemplos poco edificantes de nuestro propio ser, productos morales de nuestro entorno. Pero, ¿quién nos dice que nosotros somos mejores que todos ellos?