Pequeño lobo

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wolverine

En el día de ayer, por gentileza de Andrés, Ruth y Sergio, fuimos a ver X-Men Origins: Wolverine (soy así de pedante y pongo el título en inglés).
Me encantan las dos primeras películas de X-Men. Bryan Singer consiguió trascender el mero entretenimiento de película de acción y superheroes. Realizó dos películas que hablaban sobre el hecho de ser diferente, cómo enfrentarse a la sociedad que te aparta por ese hecho y nos hacía ver que hay múltiples maneras de enfrentarse a esa diferencia. Tampoco es que fuese Bergman, pero apuntó hacia las películas de acción inteligentes. Sin estas X-Men Chistropher Nolan nunca habría hecho The Dark Knight.
De la tercera me olvidé tal como la vi. Ni siquiera me acuerdo si me aburrió o me entretuvo. Indiferencia total.
Y me temo que algo parecido me pasará con esta Wolverine. Sí, está distraida, no miras el reloj mientras pasa, pero no deja poso. Que sí, que ya sé que es Wolverine que tampoco hay que pedirle peras al olmo. Pero es que lo que yo vi fue una película carente de emoción. A una película de acción le pido que me emocione en las tripas: que me remueva y me zarandee. Y aquí no hay nada de eso. La acción es epidérmica y todo termina pasando porque sí. No hay personalidad en la puesta en escena (¿Quién es Gavin Hood?)y los personajes tampoco es que sean el colmo de la psicología humana (¿Por qué el hermano de Wolverine es malo?). Después los efectos especiales son en ciertos momentos como de película de serie B. Está claro que Hugh Jackman es un tío carismático y que está como un tren, pero no es suficiente.
Así que ya sabemos por qué Wolverine tiene esqueleto de adamantio y no se acuerda de nada. Pues vale.